14. CORAZÓN DE HALCÓN

Disculpad mi torpeza. No estoy acostumbrado a esta tecnología con la que os escribo más mal que bien. No sabía cómo hacerlo. No sabía si quiera si quería hacerlo. Pero creo que es necesario. Soy Sulayr, el hermano de Mulhacén. Él hoy no vendrá. Ni mañana. Ya no.

Mulhacén ha muerto. Lo ha hecho en acto de servicio. Y aunque nadie pedirá para él una medalla al mérito por ser el más rápido del escuadrón de bombarderos alados, ni saldrá en la tele por haber muerto mientras defendía Granada de un ejército de palomas sin miramientos, me siento en el deber de dedicarle estas líneas desde la azotea más alta de San Juan de Dios, esa que a él le gustaba tanto, la que él usaba para miraros desde arriba mientras soñaba… Sueños de halcón.

Recuerdo nuestros primeros días en la caja de hacking, en nuestro nido curioso, en nuestro ático con vistas. Era todo tan nuevo y extraño… Pero él me tranquilizaba, dejaba que me acurrucase cerca cuando tenía miedo, me piaba con brío cuando el ímpetu me podía y quería un trozo de paloma, y el otro también. Era Mulhacén, mi hermano. Y ahora ya no está. Lo vi desde arriba, por casualidad, mientras un corro de gente se arremolinaba en torno a su cuerpo. Parece que impactó contra un edificio, que el quiebro de aquel estornino fue demasiado rápido para sus alas inexpertas. Y ya no se pudo hacer nada. Nada.

Solo puedo seguir volando, aún con este lastre que me pesa dentro. Pero no dudéis que seguimos aquí, que su marcha solo hace crecer nuestras ganas de quedarnos con vosotros, a vuestra vera. Él quizá no vuelva. Pero su recuerdo seguirá presente cuando nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, sobrevuelen la catedral y el Sacromonte haciendo real un regreso del que él también fue parte.